Por Jorge Raventos/El Informador.-
Seguramente esta semana, la Corte Suprema clausurará definitivamente la aventurada apuesta oficialista que pretendía simultáneamente subordinar al Poder Judicial e introducir de rondón una reforma electoral que desvirtuaría los próximos comicios y perjudicaría arbitrariamente al conjunto de las fuerzas opositoras.
Lo que el oficialismo denominó “democratización de la Justicia”, pretendía el pleno control gubernamental del Consejo de la Magistratura, para -desde allí, con la atribución de designar y sancionar a los jueces- disciplinar los tribunales; reclamaba que los representantes de abogados y magistrados que integran aquella institución dejaran de representar a sus pares para convertirse en candidatos partidarios dependientes del voto de todo el padrón electoral; y para autorizar listas nacionales de candidatos al Consejo planteaba requisitos mucho más exigentes que para autorizar candidaturas presidenciales.
Guerra a la Justicia
Una docena y media de jueces dictaron medidas de amparo que suspenden la aplicación de esa reforma; la jueza federal en lo electoral, María Servini de Cubría directamente falló su inconstitucionalidad. Ahora el gobierno recurrió a solicitar la intervención directa de la Corte, vía per saltum, y los jueces supremos aceptaron el envite y anticiparon que fallarán con urgencia. Sucede que el proceso electoral que culmina con las urnas de octubre ya está en marcha y según el cronograma el próximo 22 de junio las distintas fuerzas deben presentar sus listas de candidatos. El intento gubernamental de cambiar intempestivamente las reglas de juego genera incertidumbre y es la Corte la que tiene ordenar los procedimientos.
El oficialismo ya ve venir un nuevo contraste y, como hace habitualmente, se defiende atacando. La Presidente da el ejemplo: esta semana pretendió golpear al decano del superior tribunal, el doctor Carlos Fayt, describiéndolo como “centenario”, como si su edad lo privara de las atribuciones legítimas o las capacidades intelectuales y morales para integrarlo (la señora de Kirchner no repara en el almanaque, en cambio, ante sus amigos cubanos, los hermanos Castro, que sólo de ejercicio del poder tienen seis décadas encima).
La señora está apurada por conseguirse una Corte adicta; está enojada con la actual, a la que ve demasiado independiente y considera ingrata (supone que el hecho de que la mayoría de sus miembros fueran promovidos durante la presidencia de su finado esposo los convierte en deudores del gobierno).
Lo que está en juego para el oficialismo es vital: pretende, de máxima, respaldo o vista gorda judicial para cambiar la Constitución y conseguir alguna diagonal que permita la re-reelección de la Presidente. Y, de mínima, quiere un Tribunal superior tan dependiente y agradecido al poder K que esté dispuesto a cuidarles las espaldas a sus máximas figuras en caso de dejar el gobierno. Son objetivos ambiciosos vistas las circunstancias y el estado de la opinión pública, pero están dentro de la lógica del “ir por todo”.
Un camino al margen de la Constitución
Por eso alrededor de esos objetivos el gobierno ha encarado una guerra de carácter constitucional. Siguiendo el ejemplo presidencial, sus voceros -caso del senador Marcelo Fuentes- comparan las sentencias judiciales con golpes de estado y aseveran que la Constitución vigente (que es la que la Justicia debe hacer respetar) se basa en “presupuestos triturados por la crisis de 2001″. Vocero encumbrado de la Casa Rosada, Fuentes afirma que ”esta Constitución fue dictada en el marco del Consenso de Washington” y que ”hoy, la Argentina va por otro camino”. Es una confesión: ese “otro camino” está al margen de la Constitución. Habrá que ver hasta dónde estarán dispuestos a internarse por ese otro camino después del esperado fallo de la Corte.
Si se admite -como lo supone la mayoría de los analistas- que el alto tribunal ratificará el rechazo de las instancias judiciales inferiores, el gobierno habrá cosechado un nuevo revés y deberá adentrarse con esa carga en una elección que se le presenta muy complicada. Todavía no tiene definidos los candidatos en muchos distritos. La intención de completar las boletas con incondicionales, principalmente provistos por los funcionarios de “La Cámpora”, provoca rispideces y rebeldías.
La confesión de Randazzo y las candidaturas
En la provincia de Buenos Aires la Casa Rosada habría decidido aliviar a Alicia Kirchner del peso de un compromiso electoral que las encuestas no le auguraban estimulante y buscan ahora otra cabeza para la boleta de candidatos. Se perfilaba el ministro de Transporte e Interior, Florencio Randazzo, pero una nueva catástrofe en el ferrocarril Sarmiento lo desvió esta semana de ese destino. Randazzo había prometido hace seis meses una rápida “revolución” en los transportes y ahora debe arrepentirse de ese exitismo: reclama que no se le pida resolver “en un día” fallas de décadas. Voluntaria o inconscientemente le pasa una factura a su gobierno: la más reciente de esas décadas ha estado conducida por Néstor y Cristina Kirchner y en ella el país se benefició con una situación económica internacional incomparablemente mejor que la de etapas anteriores. Con tantos recursos desviados a asuntos secundarios (cuando no al barril sin fondo del “capitalismo de amigos” y las bóvedas misteriosas), resulta imperdonable que los trenes a los que cientos de miles de personas deben recurrir día tras días para ir a trabajar estén en las condiciones amenazantes o letales en que se encuentran. En la media lengua de los funcionarios, Randazzo admitió esto con aquella frase suya y eso, párrafo aparte de su responsabilidad como titular de Transporte, lo encogió como candidato.
Así, el oficialismo se presentaría a la decisiva elección bonaerense con el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, como cabeza de lista. Insaurralde es obviamente reconocido en su distrito, pero, para bien o para mal, no tiene el nivel de conocimiento público provincial de muchos de quienes serán sus competidores en octubre.
¿Hasta cuándo, Sergio Massa?
¿Se contará su colega Sergio Massa, intendente de Tigre, entre esos competidores? Esta es la última semana de incógnita. Massa es, a los 41 años, el político de mejor imagen en la provincia (seguido de cerca por el gobernador Daniel Scioli). Ha sumado a su sistema de alianzas a nuevos colegas de relieve en el conurbano bonaerense: Jesús Cariglino, de la zona norte (la primera sección electoral), dejó las conversaciones con Francisco De Narváez para sumarse a la candidatura (para él, segura) de Massa. Por su parte, Darío Giustozzi, intendente de Almirante Brown (partido de la tercera sección, el populoso sur del gran Buenos Aires) también está en conversaciones con Massa y muy dispuesto a reemplazarlo como cabeza de lista si el tigrense opta por eludir su propia candidatura. Tanto Giustozzi como Cariglino se imaginan como candidatos a gobernadores bonaerenses en 2015, y lo ven a Massa como posible candidato presidencial. ¿Podrá aspirar a tanto si esta vez, con tantas expectativas creadas por su figura, elige el paso atrás?
Si, en cambio, Massa optara por encabezar una lista de candidatos (que sería independiente y competidora) del kirchnerismo, podría agrupar tras de sí un espectro plural de intendentes (sin excluir a varios que hoy figuran como kirchneristas netos) y un electorado amplio de peronistas de distinto pelaje, centristas, liberales, conservadores y kirchneristas en repliegue y ex kirchneristas arrepentidos.
La encrucijada de Scioli
Como el escenario es muy movido, lo que haga Massa tendrá efectos sobre el comportamiento de otros protagonistas. Daniel Scioli, por ejemplo. El gobernador tiene esta semana que discutir con la Casa Rosada el espacio que tendrán sus seguidores en las listas del Frente para la Victoria. Diez días atrás, él advirtió que aspiraba “a que dentro de la diversidad del Frente Para la Victoria se vayan ordenando las distintas candidaturas. Que todos los sectores que tengan aspiraciones, dentro del Frente Para la Victoria puedan ordenar la propuesta electoral”. En criollo: el gobernador avisa que no lo dejarían satisfecho candidaturas escritas con una sola lapicera: la del cristinismo.
Sin embargo, es difícil imaginar que el círculo presidencial le conceda a Scioli lo que el bonaerense espera. Si del lado presidencial se encuentra con intransigencia y por el otro costado Massa aparece como un candidato fuerte y desafiante, los espacios se le estrechan al gobernador. Y tal vez en el último momento encuentre una jugada que le permita eludir el aprieto. Es decir, alguna jugada que vaya más allá del hoy obvio diálogo con Francisco De Narváez, una jugada que le permita, sin perder la coherencia de su conducta moderada, exhibir un grado de autonomía más alto y un posicionamiento más fuerte en el escenario. A diferencia de Massa (de quien se espera o se imagina su participación como candidato), es poco plausible pensarlo en esta coyuntura con traje de candidato. Pero podría quizás mostrar su independencia y su búsqueda sosteniendo alguna táctica indubitablemente independiente, dentro de la línea de participar en la campaña “defendiendo mi gestión”, como prometió. Estas incógnitas también quedarán despejadas en los próximos siete días.
Un salvavidas para Macri
Hay otras, también significativas. ¿Será Roberto Lavagna candidato a senador por la Capital? Una reciente encuesta de Carlos Fara lo muestra como el candidato potencial porteño con mayor intención de voto: con una ventaja de 8 puntos sobre la postulante que hasta ahora sostiene el oficialismo capitalino (el Pro), Gabriela Michetti. Si Lavagna fuera candidato por una fuerza de base peronista -digamos, una fuerza convergente con Sergio Massa, con José Manuel De la Sota- el Pro podría perder pie en el distrito porteño, en beneficio de esa fuerza con Lavagna a la cabeza, del espacio amplio en el que convergen Elisa Carrió, Pino Solanas, Rodolfo Terragno, Alfonso Prat Gay, Victoria Donda y otras estrellas, y hasta del kirchnerismo, que seguramente reincidirá en un Daniel Filmus que no apasiona pero conserva votos propios. Problemas para Mauricio Macri que, sin embargo, puede conjurarlos si (como piden sus fuerzas bonaerenses) cierra un acuerdo con Massa, que le permitiría participar en una fuerza probablemente ganadora en la provincia y restaurar discretamente el acuerdo interrumpido con Roberto Lavagna. Una boleta de senadores Lavagna-Michetti en Capital ayudaría al Pro a conservar su carácter de primero en la Capital y le permitiría a Macri seguir soñando con la candidatura presidencial desde el lugar de los victoriosos y no desde el aislamiento y el retroceso.
En cualquier caso, las peripecias del porvenir electoral no deberían distraer a las fuerzas políticas de una responsabilidad prioritaria: la defensa con uñas y dientes de la Justicia y la Constitución.
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