Lo de Miguel del Sel no fue un exabrupto, una torpeza. Del mismo modo que no son torpezas ni exabruptos los ataques de Aníbal Fernández o Federico Luppi, lo que hizo el ex-Midachi es violencia autoritaria.
“La insoportable levedad del Sel”. Así, parafraseando al novelista checo Milan Kundera, tituló el periodista Mario Wainfeld un artículo en el que, con agudeza, describió la superficialidad política en la que chapoteaba el exponente del PRO santafesino.
Por entonces, era la principal contraindicación del humorista devenido en político por obra y gracia del marketing electoralista. A su favor jugaban la fama, la imagen de muchacho de barrio y el apego a Santa Fe, la provincia donde siguió residiendo y donde invirtió el dinero que le redituaba la actividad artística. En su contra, jugaba una pasmosa incapacidad para profundizar la crítica a los gobiernos nacional y provincial, más allá de escenificar quejas y disconformidades en lenguaje callejero.
El resultado de la ecuación evidenciaba el déficit que implica el marketing político y el oportunismo electoral del PRO. Pero el calor del verano derritió sobre un escenario serrano la delgada capa de
corrección que intentaba, dificultosamente, ocultar el lado oscuro de Miguel del Sel. Y lo que quedó a la vista fue aún más deplorable.
Hablar como habló de la Presidenta y de la actriz Florencia Peña muestra una violencia interna de clara matriz autoritaria. Así expresada, la vulgaridad constituye, en sí misma, una violencia insoportable. A eso alude José Ortega y Gasset al explicar, en La rebelión de las masas , que “el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad e imponerlo donde quiera”. La imposición que denuncia el filósofo español es, precisamente, la faz autoritaria de la vulgaridad.
Lo de Miguel del Sel no fue un exabrupto, una torpeza. Del mismo modo que no son torpezas ni exabruptos los ataques de Aníbal Fernández o Federico Luppi, lo que hizo el ex-Midachi es violencia autoritaria. La diferencia es que el senador y el actor oficialista actúan de manera sistémica, como extensión de una modalidad de censura por amedrentamiento que comienza en el periodismo del aparato de propaganda kirchnerista y que ejerció la mismísima Presidenta en el caso Darín.
En cambio, Del Sel favoreció al kirchnerismo al mostrar que la violencia verbal y el desprecio
fascista por el oponente no son monopolio del oficialismo. Además de mal gusto y procacidad, evidenció negligencia.
Seguramente, muchos opositores tienen hacia el kirchnerismo y entre sí sentimientos tan áridos como los que expresó Del Sel. Pero poseen la inteligencia elemental de entender a quién beneficia y a quién perjudica esa hiel viscosa. El humorista santafesino no la tuvo. Y dañó a su propio partido.
En rigor, el PRO se dañó a sí mismo porque perdió la oportunidad de dar un ejemplo político importante expulsando o, por lo menos, repudiando de manera contundente lo que dijo el actor.
En lugar de eso, lo amonestó de forma tibia, dejando a la vista que no representa con honestidad ética un liberalismo conservador claramente democrático y republicano. “La insoportable levedad del Sel” parece demostrar que
el PRO no es mucho más que una empresa electoralista.
Les Luthiers. El macrismo empezó a mostrarse de ese modo al elegir a su exponente santafesino sólo por la competitividad electoral que tiene. Fue valorable por parte de Miguel del Sel aceptar el reto. Está claro que arriesga mucho sin tener necesidad de hacerlo. También que es honesto y que posee talento para exhibir en los escenarios. Sin embargo, ese talento merodea a menudo en los umbrales de la vulgaridad y el mal gusto.
En un país donde muchos actores callan sus críticas para tener trabajo en el vasto aparato mediático
kirchnerista, o para que los productores de cine no los dejen de lado por no arriesgar el apoyo del Instituto de Cine (Incaa), es valioso que un actor se juegue. Lo hicieron los miembros de Les Luthiers el año pasado, en una entrevista en la que cuestionaron con dureza y profundidad los rasgos autoritarios del kirchnerismo.
Con una agresividad que no los caracteriza, calificaron como “pasquinazo espantoso de baja estofa”, además de “indignante y vergonzoso en un canal del Estado”, al programa insignia del aparato de censura por linchamiento, que actúa atacando o ridiculizando a quienes contradicen el relato oficialista.
Demostrando objetividad, en la misma entrevista cuestionaron aspectos del programa de Jorge Lanata y afirmaron que la masividad de Marcelo Tinelli “muestra lo pobre que somos como comunidad”. Y, evidenciando profundidad en la mirada, criticaron el intento kirchnerista de disfrazar la historia (empezando por la biografía de sus propios líderes), comparándolo con el
artilugio soviético de borrar de las fotografías oficiales a los dirigentes expulsados de la nomenclatura.
La diferencia artística entre Les Luthiers y Miguel del Sel es que los primeros representaron siempre un humor inteligente, original, culto y éticamente sano, mientras que el segundo suele deambular muy seguido por el mal gusto y la mediocridad chabacana.
Todo lo que Les Luthiers produjo en el campo artístico enriqueció al público. No se puede decir lo mismo del actor santafesino.
La diferencia política es que los miembros de Les Luthiers criticaron al Gobierno sin especular electoralmente ni caer en la violencia de la vulgaridad. En cambio eso fue lo que expuso Del Sel, y para colmo sobre un escenario, el espacio donde su talento juega de local.